lunes, 10 de enero de 2011

El arma más fuerte del Estado

A lo largo de la historia hemos sido testigos de la peculiar relación mantenida entre algunos dictadores y el mundo del cine. Mussolini, Hitler, Stalin o Franco... se volcaron en el control de la industria cinematográfica nacional durante sus mandatos. Ello afectaba directamente a las cuotas de pantalla, los créditos, los noticiarios... Absolutamente todo debía pasar su visto bueno.

Resulta curioso como todos se presentaban como amantes del cine. Mussolini se encargó de inaugurar los estudios de Cinecittà y Hitler encomendó a Leni Riefenstahl la labor de transmitir el sentir del partido y del pueblo ario a través de un par de destacados documentales. Por su parte, los soviéticos fueron los primeros en hacer uso del cine como arma política. Según Stalin, a quien le encantaba verse en pantalla, el cine “representa una fuerza de valor incalculable. Poseyendo medios de acción ideológica sobre las masas, ayuda a la clase obrera y a su partido a educar a los trabajadores, a organizar a las masas con vistas a las luchas por el socialismo, a aumentar la cultura y a potenciar su combatividad política”.

                Mussolini, durante la inauguración de Cinecittà en 1937

Hitler junto a la cineasta Leni Riefenstahl

En cuanto a España, sabemos que Franco solía realizar grabaciones amateur con una cámara Pathe Baby. Experimentó como operador detrás de las cámaras y también se situó delante de las mismas a las órdenes de Francisco Gómez Hidalgo, participando en la película “La mal casada” (1926), donde aparece interpretándose a sí mismo junto a otras personalidades de la época.

  Franco comparte mesa y plano de "La mal casada" con su amigo Millán Astray

Su afición por el séptimo arte le llevó a transformar el teatro del Pardo en una gran sala de proyecciones y a surtir de material y recursos de todo tipo al Departamento Nacional de Cinematografía. Bajo el pseudónimo de Jaime de Andrade, firmó el guión de la película “Raza” (1941), dirigida por José Luis Sáez de Heredia. Volvería a colaborar con este director en “Franco, ese hombre” (1964).



Además de estas películas, sus apariciones en el NO-DO fueron frecuentes. Según relata Hemeterio Díez Puertas en su libro “Historia social del cine en España”, la amistad entablada entre Franco y Ramón Sainz de la Hoya (técnico de sonido del NO-DO) sería tan estrecha, que les llevaría a mantener “largas conversaciones sobre filtros de cámaras y emulsiones de películas”. Así pues, queda claro un cierto interés por parte del dictador hacia el audiovisual, ya fuese como herramienta propagandística o como puro entretenimiento.


Retomando el tema del afán de control, propio de toda dictadura que se precie, cabe recordar el hecho de que miles de cintas fuesen prohibidas y censuradas durante la dictadura franquista, en una sucesión de cortes implacables de los que no se libró ni “Sor Citroen”.

Una de esas películas, primero prohibida y después censurada fue “Lo que el viento se llevó”, por la supuesta “vida de lascivia” que practicaba el personaje de Escarlata. Franco la visionó en febrero de 1943, meses después de la visita de Leslie Howard a Madrid, aprovechando que Estados Unidos la había importado para llevar a cabo una sesión patriótica a favor de los aliados. Finalmente llegó a los cines españoles en 1950, once años después de su estreno.

No fue hasta el fin de la dictadura cuando el gran público pudo disfrutar libremente de todas aquellas obras de las que se había visto privado durante años. Parece ser que ciertas películas podrían ejercer una inconveniente y negativa influencia sobre los valores promovidos... Y es que, ya lo decía Mussolini “la cinematografia è l’arma più forte dello Stato”.




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